domingo, 15 de noviembre de 2009

PERDONAR NO ES FÁCIL… PERO ES NECESARIO

Nosotros, los ministros del Señor, ¡somos humanos! Vaya noticia, y no lo digo porque no lo sabemos sino para recordar que seguimos metidos en este cuerpo de muerte con todas las luchas de la carne.

No es fácil perdonar aunque seamos ministros embajadores del excelentísimo Señor Jesús.

Vivimos permanentemente una lucha donde se contrapone el querer hacer el bien con las ganas de condenar a nuestros enemigos. Sabemos lo que tenemos que hacer pero nos cuesta practicarlo.

Unas estadísticas norteamericanas indican un gran índice de mortandad por ataques de corazón entre los ministros cristianos; por eso las aseguradoras prefieren no cubrir las vidas de estos “obreros” del Reino o lo hacen con un costo sobre elevado.

Los ministros vivimos más para otros que para nosotros y eso hace que nos demos por entero a las necesidades de nuestros hermanos. Casi nos vemos obligados a ser perfectos en amor y buenas obras. Nunca podemos enojarnos, nunca podemos amargarnos, nunca podemos demostrar lo que sentimos en público y siempre debemos afrontar todo con una sonrisa que diga: “todo me resbala”; pero eso no es cierto, las cosas malas nos afectan como a todos, los reproches, las habladurías, las mentiras, las traiciones, y, como todos, también tenemos ganas de explotar alguna vez. Así le sucedió al pastor Benny Hinn quien se lanzó en maldiciones contra sus detractores públicamente (véalo en Youtube.com), luego tuvo que arrepentirse por haber explotado, aunque tuviera razón.

“Mientras callé se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día” (Salmo 32.3). La falta de perdón nos afecta y si no nos sabemos perdonados también.

Mientras callamos nuestro ser interior se resiente. Lo que fue una falta se convierte en dolor, el dolor en resentimiento y este se transforma en odio. Por eso el perdón es una medicina para nuestro cuerpo, es una liberación necesaria para todo ser humano. Es sabido que la artritis reumatoide se debe, en muchos casos, al odio o resentimiento que guarda la persona hacia alguien. La amargura de nuestra alma puede matarnos, seamos libres. Confesemos nuestro dolor en la presencia del Señor Jesús, hablemos con él, descarguemos nuestra alma en su presencia, volquemos todo nuestro sentir sin guardarnos nada, él lo sabe, nos ve, nos comprende y nos sana. Háblale de tu dolor, no lo calles.

En el “Padrenuestro” (Mateo 6.12) se dice: “Perdónanos el mal que hemos hecho, así como nosotros hemos perdonado a los que nos han hecho mal”. Pero en el v. 15 leemos: “pero si no perdonan a otros, tampoco su Padre les perdonará a ustedes sus pecados”. Es simplemente una cuestión de salud física y mental. Debemos perdonar para ser sanos, aunque eso no sea fácil.

Pero, ¿cómo podemos perdonar y olvidar?, humanamente es muy difícil pero si dejamos que el Espíritu Santo nos ministre tendremos la paz necesaria y las fuerzas suficientes para perdonar. Primero, porque en nuestro lugar de oración recibimos el perdón del Padre, nos vemos como somos y descubrimos que vivimos por gracia y misericordia de Dios, luego comenzamos a mirar a Jesús, crucificado sólo por ser santo y recordamos sus palabras: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”, y entonces algo sucede con lo que sentimos por nuestros enemigos, algo cambia, algo se rompe y empezamos a bendecir perdonándolos en nuestro corazón. Cada vez que el recuerdo vuelve, volvemos a perdonar y a bendecir, no basta sólo con decir “te perdono”, sino decir támbien “te bendigo”. Al cabo de un tiempo sentiremos que podemos recordar sin dolor, que al mencionar el nombre de nuestro “enemigo” sentimos paz y lo vemos como algo pasado y lejano. Si algún día lees mi testimonio sabrás por qué digo esto.

Lo más triste es tener como adversarios a nuestros propios colegas ministeriales, pero si somos maduros entenderemos que ninguno está obligado a pensar como nosotros, que cada uno es libre de ver las cosas diferentes y actuar de manera diferente. Aún si somos criticados por ellos, con o sin razón, podemos perdonarles y actuar comprensivamente hacia su actitud orando por ellos en nuestro “cuarto secreto”, allí vendrán las fuerzas necesarias para hacerlo. Si bendecimos, sembramos bendición propia para nuestro futuro, lo que hacemos por otros lo recibiremos más tarde porque nadie está libre de pecado para tirar la primera piedra, pero todos somos perdonados cada día como para saber perdonar.

Aún cuando tengamos que reprender actitudes, poner orden y corregir defectos en nuestras congregaciones y a nuestros hijos espirituales, deberíamos hacerlo desde un corazón conciliador, misericordioso, perdonador y restaurador, aunque debemos ser firmes y sin dobleces, pero… eso ya es para otra charla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario