jueves, 1 de octubre de 2009

EL LÍDER CRISTIANO FRENTE A LA POLÍTICA, ¿QUÉ HACER?

El pastor Roberto despertó una mañana con la idea de postular su nombre para Senador de la República. Lo murmuró en voz baja mientras se desperezaba en la cama. Su esposa lo oyó a medias y lo interrogó:

· ¿Qué estás diciendo?

· Que pienso lanzarme para ocupar un escaño en el Senado, respondió él.

· Perdóname, Roberto, pero estás loco, le dijo ella.

· Ya verás como tendrás en casa a un honorable legislador de la Patria, se defendió él, optimista.

Los siguientes cultos estuvieron acompañados de prédicas en las que hacía una viva defensa de su aspiración a ser Senador. Buscó en la Concordancia de la Biblia cuántos versículos podían encajar en su propósito, y los compartió con la feligresía.

clip_image002Desde ese momento enfiló baterías hacia la conquista de su objetivo. Varios colegas en el ministerio le refirieron la inconveniencia de su aspiración, que no era otra cosa que mezclar religión con política. Pero el reverendo Roberto, que a estas alturas había espiritualizado todas sus acciones, les reconvino diciéndoles que no se estaban moviendo en el plan perfecto de Dios.

Un fondo económico que iba a orientar para la compra de un terreno en la periferia, para proveer a una naciente iglesia, lo direccionó a su campaña.

Tres meses después, un domingo pasadas las seis de la tarde, comprobó que había perdido. No había sacado más de mil votos. Y se sumergió en una profunda depresión. Nada para él tenía sentido.

En la mira de todos

Ser cristiano no es fácil, sobre todo en una sociedad que exalta el placer antes que los valores morales. Quien profese fe en Jesús el Señor siempre estará expuesto a la mirada inquisidora de quienes le rodean. Si a esta actitud fisgona de quienes están alrededor sumamos la directa participación de creyentes en política, obtenemos un cóctel sumamente peligroso. Los incrédulos encontrarán argumentos suficientes para desacreditarnos y poner en tela de juicio el evangelio.

Cuando vamos a las Escrituras encontramos un pasaje sumamente interesante y, a la vez, revelador sobre el tema. El texto se encuentra en Mateo 22.15-21: “Entonces salieron los fariseos y tramaron cómo tenderle a Jesús una trampa con sus mismas palabras. Enviaron algunos de sus discípulos junto con los herodianos, los cuales le dijeron: Maestro, sabemos que eres un hombre íntegro y que enseñas el camino de Dios de acuerdo con la verdad. No te dejas influir por nadie porque no te fijas en las apariencias. Danos tu opinión: ¿Está permitido pagar impuestos al César o no?” (vs. 15-17, NVI).

Las líneas revelan una situación común también en nuestro tiempo. Quienes no creen en Jesús se unen en una causa común: perseguir a los fieles.

Recuerde que los fariseos eran una facción del judaísmo abiertamente contraria a la ocupación de Roma sobre territorio palestino. Los herodianos, por su parte, eran un partido político judío a favor de la continuidad de la dinastía de Herodes el Grande y, en esa época específica, apoyaban a Herodes Antipas. No obstante lo anterior, y a pesar de sus concepciones diametralmente opuestas, se unieron para atacar al Maestro.

La búsqueda de un motivo para acusarle iba acompañada de la adulación. De ahí que resaltan las características de Jesús: su integridad, que enseñaba el camino de Dios bajo el fundamento de la verdad y, por último, que no juzgaba por apariencias.

Sin duda en su vida ocurre igual. Hay quienes están próximos y buscan el más mínimo motivo para acusarle o, al menos, poner en tela de juicio su profesión de fe. ¿Cuántos dirigentes de partidos políticos, viendo el “arrastre” de ciertos líderes cristianos, no se han acercado con adulaciones y lisonjerías ofreciendo ser referentes de opinión, agentes de cambio, a favor de sus propios beneficios electorales? ¿Y cuántos ministros, seducidos, han caído en esta red? Y si no ellos, sus parientes, sus familias, sus más cercanos.

No permita que las críticas, las burlas o los señalamientos afecten su caminar con Jesucristo. Por el contrario, afírmese en Dios en oración y siga adelante. El propio Hijo de Dios no le temía a las artimañas que tenían en su contra: “Conociendo sus malas intenciones, Jesús replicó: ¡Hipócritas! ¿Por qué me tienden trampas?” (vs. 18, NVI).

Por supuesto, no estamos llamados a confrontar a todos quienes nos convierten en blanco de sus burlas o de comentarios malintencionados, pero cuando debemos dar fe de nuestras convicciones, hay que hacerlo con firmeza, puesta la mirada en Cristo.

¿Y la política?

Vamos ahora al centro del asunto. No he olvidado el tema que nos trajo a este estudio: La política, y de qué manera debe responder el cristiano.

El Señor Jesús dejó claro que son muy distintas las relaciones políticas y el ejercicio de nuestra fe en Dios. No está bien mezclar unas y otra.

El Maestro los conminó, diciendo: “Muéstrenme la moneda para el impuesto. Y se la enseñaron. ¿De quién son esta imagen y esta inscripción? -les preguntó. Del César, respondieron. Entonces denle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (vs. 19-21, NVI).

Este pasaje lo desestiman y pretenden desconocerlo decenas de hombres y mujeres que, estando frente al pastorado o de una posición relevante, se lanzan tras la búsqueda de una posición significativa, acudiendo al ejercicio político para tal fin.

Es un texto con una alta carga política porque recuerde, los tributos que se cobraban a los judíos iban con destino a las arcas del César y con ellos se financiaban, de un lado, los templos paganos y, de otro, la vida decadente de la aristocracia romana.

A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César. O somos o no somos. Quien pretenda ser político, por ética y con honestidad, debería renunciar a su cargo eclesial. Pero, ¿sabían que nadie lo hace? Su propósito es ser políticos, muchas veces a costa del sufragio de la feligresía, y seguir ejerciendo el ministerio. Pero aquí hay todavía una cuestión aún más importante: los dones son irrenunciables, y siendo el pastorado y los demás servicios dones venidos de Dios, es, por consecuencia, totalmente incompatible el ejercicio de la fe con la política, aún en su perspectiva más laica.

O somos políticos o somos ministros de Cristo. Es menester decidirnos. Pero no mezclar las cosas, porque el hacerlo resulta contraproducente y, sin duda, no honra a Dios. Pero cuidado, si se opta por la primera alternativa, renunciando a ser ministro de Cristo, ¿qué responderemos cuando se nos pregunte por el ejercicio de nuestros dones? ¿Los escondí? ¿Prioricé otras cosas? ¿Sentí el llamado al servicio público?

Los cristianos nos sujetamos a las autoridades y sin duda podemos participar en los procesos electorales ejerciendo nuestro derecho al voto, pero es abiertamente anticristiano que haya líderes que sigan ejerciendo el ministerio mientras hacen política, y de manera deliberada coaccionan a los creyentes para que los apoyen votando.

Soy chileno, amo a mi Dios y mi patria, entendiendo que finalmente mi ciudadanía está más allá, y me asombran los cálculos políticos de algunos. La zona predilecta de muchos “cristianitos” para incursionar en política es la zona del carbón en la octava región: Lota, Coronel, y las comunas aledañas, San Pedro, Hualpencillo, etc.. Según estudios, es la zona con más presencia de iglesias evangélicas en el país… ¡y se aprovechan de eso para postularse! Con la excusa de querer cambiar al país, de dar nuevos y frescos aires, de favorecer al pueblo evangélico, de legislar a su favor, en defensa de la vida, etc., etc. ¡Basta! Lo único que cambia al hombre es la Palabra de Dios, la predicación de ella en las plazas, en las radios, en la televisión, en todo lugar.

Es la comunión de los cristianos, el compartir el pan, hacer real el evangelio atendiendo a las necesidades de los que las tienen, no con promesas electorales, sino con hechos, eso es lo que cambia a mi país… porque finalmente, “…Dios añade a la iglesia a los que han de ser salvos…”. Y si en este “tirar la red” caen “peces” dirigentes políticos, senadores o diputados, ¡gloria a Dios! Que ellos sigan cumpliendo su trabajo, ahora con una nueva visión… nosotros seguimos haciendo el nuestro: predicar la Palabra de Dios.