jueves, 7 de mayo de 2009

MARÍA Y MARTA, buscar primeramente el Reino de Dios

Jesús y sus discípulos llegaron a la casa de Lázaro, María y Marta cerca de la hora de la comida. En la Biblia no se hace mención de la forma afectuosa en que seguramente se saludaron, pero sí está consignada una importante lección que Jesús impartió durante esta visita.

Leamos parte de la conversación entre Jesús y Marta: “Tenía ella (Marta) una hermana llamada María que, sentada a los pies del Señor, escuchaba lo que él decía. Marta, por su parte, se sentía abrumada porque tenía mucho que hacer. Así que se acercó a él y le dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sirviendo sola? ¡Dile que me ayude! Marta, Marta, le contestó Jesús, estás inquieta y preocupada por muchas cosas, pero sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor, y nadie se la quitará” (Lucas 10.39-42, NVI).

Aquí no se nos dice si Marta entendió la respuesta de Jesús, pero esperemos que nosotros sí entendamos esta lección espiritual, tan indispensable en nuestra ajetreada vida cotidiana.

¿Cuál era la buena parte que María había escogido? ¿Por qué esa buena parte que María había escogido siempre sería suya? En un mundo como el nuestro, lleno de distracciones, el relato sobre María y Marta puede ayudarnos a poner nuestra vida en orden.

Un segundo hogar

Por lo que leemos en los evangelios, nos damos cuenta de que Jesús se sentía a gusto en la casa de Lázaro y sus hermanas, María y Marta. No sólo se conocían; los cuatro eran amigos íntimos.

Jesús manifestó profundo respeto y amor hacia María y Marta cuando, anteriormente, había venido a resucitar a Lázaro (Juan 11.3, 20-39). Ellas hablaron con él como si fuera parte de su familia inmediata. Jesús estaba tan conmovido por la angustia que estaban sufriendo por haber perdido a su hermano que hasta lloró (v. 35).

Es evidente que Jesús se sentía en confianza con María, Marta y Lázaro. Él quizá consideraba la casa de ellos en Betania como un segundo hogar. Pero, aunque Jesús sentía gran simpatía por los tres, las personalidades y puntos de vista de ellos eran diferentes.

El punto de vista de Marta

Por lo general, nosotros sabemos cómo piensan y actúan nuestros familiares y amigos. Jesús entendía las diferencias entre estos tres amigos suyos y se sentía con la confianza suficiente para darles consejos personales.

La perspectiva que Marta tenía de la vida era bastante diferente de la de María. Probablemente Marta era de mayor edad y quizá esto influía en su personalidad y su punto de vista. Las palabras y hechos de Marta la muestran como una mujer práctica y eficiente. No hay nada de malo en ser prácticos y eficientes si esto no interfiere con las cosas más importantes de la vida; pero de ser así, puede convertirse en un problema. Por medio de la Biblia, Dios nos ha dado ejemplos importantes (1ª Corintios 10.11), así es que podemos aprender de este relato de María y Marta.

Tal parece que Marta era la de mayor experiencia y la más hospitalaria de las dos: “Mientras iba de camino con sus discípulos, Jesús entró en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa” (Lucas 10.38, NVI).

La perspectiva de María

“Tenía ella (Marta) una hermana llamada María que, sentada a los pies del Señor, escuchaba lo que él decía” (v. 39, NVI). Si sólo leyéramos este versículo, podríamos suponer que María estaba siendo un poco perezosa al no ayudar a su hospitalaria hermana en el trabajo de atender y servir a sus visitas. ¿Quién de las dos era más hospitalaria, más servicial? ¿Quién estaba más preocupada por servir al Señor, María o Marta?

Quizá María era tímida. Pero tengamos en cuenta lo que dijo Jesús con respecto a lo que hizo María: “Marta, por su parte, se sentía abrumada porque tenía mucho que hacer. Así que se acercó a él y le dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sirviendo sola? ¡Dile que me ayude! Marta, Marta, le contestó Jesús, estás inquieta y preocupada por muchas cosas, pero sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor, y nadie se la quitará” (Lucas 10.40-42, NVI).

Para entender mejor el comportamiento de María, leamos lo que uno de los invitados escribió acerca de la misma visita: “Seis días antes de la Pascua llegó Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien Jesús había resucitado. Allí se dio una cena en honor de Jesús. Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con él. María tomó entonces como medio litro de nardo puro, que era un perfume muy caro, y lo derramó sobre los pies de Jesús, secándoselos luego con sus cabellos. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume” (Juan 12.1-3, NVI).

El apóstol Juan hace resaltar que María era tan humilde, y estaba tan dedicada a Jesús y convencida de sus enseñanzas, que ningún gasto o acto personal le parecía demasiado grande u oneroso con tal de que ella pudiera honrar a su Salvador. Esta clase de actitud, de perspectiva, es la que Dios desea ver en todos sus siervos. Jesús tenía en alta estima la disposición de María.

Podemos aprender mucho del contraste entre la sumisión y veneración de María, y el comportamiento de Marta. Ésta tenía tanta confianza con Jesús que abiertamente le hizo saber su frustración, al decirle: “… Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola sirviendo?”. El hecho de que Marta le hiciera esa pregunta a Jesús es prueba de que entre ellos había una relación muy amistosa y de mucha franqueza. Marta no le sugirió a Jesús que le pidiera a María que le ayudara a servir; sencillamente le dijo: “¡Dile que me ayude!”. Para Marta era muy importante la responsabilidad de servirles la comida a sus huéspedes; para ella, eso era sin duda lo que más apremiaba en esos momentos.

La respuesta de Jesús también fue franca pero afectuosa: “Marta, Marta… estás inquieta y preocupada por muchas cosas…” (v. 41, NVI). Marta estaba preocupada por algo que para ella era muy importante: preparar y servir la comida para Jesús y sus discípulos. Pero, ¿cuán importante era esto en comparación con otras cosas?

Las decisiones en la vida

Jesús prosiguió: “… pero sólo una es necesaria, María ha escogido la mejor, y nadie se la quitará” (v. 42, NVI). Jesús le hizo notar que María había hecho una elección sensata. Ella eligió escuchar a Jesús en vez de ocuparse en los preparativos de la comida. Esto quizá les parezca raro a quienes, como Marta, piensen que la preparación de la comida era más importante que la conversación. Pero, ¿no dependía eso de quién era el invitado? A los ojos de Marta, la necesidad más apremiante era preparar la comida para Jesús y sus discípulos. María veía las cosas de manera diferente. Ella decidió aprovechar la oportunidad para escuchar a su Salvador y aprender más de su sabiduría.

Todos tenemos que tomar decisiones, pues son parte de la vida. Dios, por medio de Moisés, dijo: “Hoy pongo al cielo y a la tierra por testigos contra ti, de que te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes” (Deuteronomio 30.19, NVI). Las decisiones que tomamos, continuamente tienen un efecto sobre nuestra vida y el resultado final de esta vida lo determinan precisamente esas decisiones que tomamos día a día. Jesús dijo que María había escogido la “buena parte”.

Nosotros también necesitamos la buena parte

Nosotros tenemos que decidir si hemos de buscar la buena parte. Jesús nos dice que lo más importante en nuestra vida debe ser buscar “… primeramente el reino de Dios y su justicia…” (Mateo 6.33, NVI).

También nos indica cómo hacerlo: “… no sólo de pan vive el hombre…” (Lucas 4.4, compárese con Deuteronomio 8.3). En otra parte agrega: “Las palabras que les he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6.63, NVI). María, Marta, Lázaro y los discípulos tenían frente a ellos la Palabra de Dios en la persona de Jesús (Juan 1.14-15). Se puede ver que María entendía que lo que más necesitaba en su vida eran las palabras de Jesús. Él mismo confirmó esto al recodarle a Marta que ella se preocupaba demasiado por muchas necesidades secundarias, pero que la necesidad más grande era la que María había reconocido: las palabras de vida eterna.

En la epístola a los Hebreos se nos habla acerca de la importancia de escuchar y hacer caso a las palabras de vida. “Por eso es necesario que prestemos más atención a lo que hemos oído, no sea que perdamos el rumbo. Porque si el mensaje anunciado por los ángeles tuvo validez, y toda transgresión y desobediencia recibió su justo castigo, ¿cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande? Esta salvación fue anunciada primeramente por el Señor, y los que la oyeron nos la confirmaron” (Hebreos 2.1-3, NVI).

La buena parte es para siempre

¿Qué quiso decir Jesús cuando mencionó “la buena parte, la cual no le será quitada”? (v. 42). Uno de los apóstoles contesta esta pregunta: “Porque nada de lo que hay en el mundo, los malos deseos del cuerpo, la codicia de los ojos y la arrogancia de la vida, proviene del Padre sino del mundo. El mundo se acaba con sus malos deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1ª Juan 2.16-17, NVI; comparar con 2ª Pedro 3.10-12).

La verdad y las leyes de Dios permanecerán para siempre. Un día, nuestros cuerpos mortales serán transformados en cuerpos espirituales. El conocimiento espiritual que acumulemos en esta vida será nuestro para siempre, nunca nos podrá ser quitado. Pero no debemos permitir que las necesidades y deberes físicos ocupen el primer lugar en nuestra vida.

Al igual que María, nosotros necesitamos fe y paciencia a fin de que en este mundo lleno de trampas de frivolidad, así como de vacíos y efímeros placeres sensuales, el cual va hacia la destrucción, siempre podamos tener la buena parte: “¡En esto consiste la perseverancia de los santos, los cuales obedecen los mandamientos de Dios y se mantienen fieles a Jesús!” (Apocalipsis 14.12, NVI).

María y Marta eran buenas amigas de Jesús. Marta se mantuvo ocupada proporcionándoles a sus invitados las cosas que harían su visita más placentera. Desde luego, Marta pudo haber sido ensalzada por su esmero en atender a las necesidades físicas de sus invitados.

Pero Jesús elogió a María. De hecho, Jesús, en cierta manera, hizo notar que Marta se mantenía ocupada más bien con las formalidades. Elogió a María por haber escogido la buena parte: las palabras de verdad y fe de su Salvador, las cuales nunca le serán quitadas.

Nosotros debemos seguir el ejemplo de María y desear las verdad de Dios por sobre todas las cosas.

ISAÍAS, un profeta para nuestro tiempo

Isaías fue profeta en el reino de Judá entre los años 740 a 700 a.C.. La tradición rabínica afirma que el padre de Isaías, Amoz (no debe confundirse con el profeta Amós), era uno de los hermanos del rey Amasías. Si esto fuera cierto, quiere decir que Isaías era primo hermano del rey Uzías y nieto del rey Joás. Significa, además, que Isaías era de sangre real, de la aristocracia y que probablemente fue criado en el palacio. Algunos eruditos creen que Isaías, debido a su conocimiento de los ritos sacerdotales, estaba íntimamente asociado con el templo.

Isaías es el profeta que más veces se cita en el Nuevo Testamento. Él se refiere a Jesucristo, el Salvador venidero, de diferentes maneras: como el Vástago, la Piedra, la Luz, el Hijo y el Rey. Profetiza sobre el destino de Israel y de los gentiles, y tiene mucho que decir acerca de Sión (Jerusalén) y del gran rey que va a reinar desde allí.

Tanto se ha escrito acerca de Isaías y de su libro profético de 66 capítulos, que es difícil saber por dónde empezar. Un comentario afirma: “Las profecías de Isaías ocupan el tercer lugar como la sección más larga y más completa de la Biblia; en extensión, sólo la superan Jeremías y los Salmos… Isaías es un libro famoso pero a la vez olvidado. Por ejemplo, los capítulos 6, 35, 40 y 53 están entre las secciones mejor conocidas del Antiguo Testamento… sin embargo, hay grandes porciones del libro, especialmente entre los capítulos 13 y 34, que son prácticamente desconocidas para la mayoría de los cristianos. La ignorancia de cualquier parte de las Escrituras es algo deplorable, pero es más grave cuando se trata de un libro que presenta a Cristo de forma tan multifacética. Es más, si estudiamos detenidamente el libro, nos encontraremos con una imagen majestuosa y emotiva de él, una imagen basada en los contextos casi desconocidos de pasajes muy familiares que ahora podemos entender mejor.

Los escritores del Nuevo Testamento reconocieron la gran importancia del profeta Isaías, y lo citaron y se refirieron a él con frecuencia. Muchos de sus versículos y frases han pasado a ser de uso común en la literatura” (The Expositor’s Bible Commentary [Comentario Bíblico del Expositor]).

Isaías le dio mucho énfasis a la salvación mesiánica de Israel, pero no pasó por alto los pecados de sus compatriotas. Él se refirió constantemente al hedonismo de Judá y a la tibia actitud de esa nación hacia el verdadero Dios. Por eso fue que Dios permitió que Asiria invadiera y amenazara a Judá: para llamar su atención con el propósito de que se volviera a su único protector y salvador, el Dios todopoderoso.

Sabemos muy poco sobre la primera etapa de la vida de Isaías, pero sus profecías nos revelan bastante acerca de su carácter y de su servicio a Dios, a su patria y a la humanidad. Para poder comprender mejor a Isaías, vamos a examinar dos sucesos importantes: la manera en que Dios salvó a Jerusalén de Senaquerib durante el reinado de Ezequías, y sus alentadores testimonios acerca del Redentor venidero, Jesucristo.

La amenaza del ejército asirio

En el año 701 a.C., cuando Isaías era ya anciano, la arrolladora maquinaria militar de los asirios se detuvo ante los muros de Jerusalén. Senaquerib, rey de Asiria, había entrado en Judá, había destruido 46 ciudades amuralladas y se había llevado 200 mil cautivos. Los anales asirios registran cómo Senaquerib se jactaba de haber encerrado a Ezequías en Jerusalén “como un pájaro enjaulado”. Pero curiosamente, a diferencia de otras ciudades mencionadas, en estos registros no se hace mención alguna de una verdadera ocupación de Jerusalén por parte de Senaquerib. Es fascinante examinar la razón detrás de esta omisión.

El rey Senaquerib no era tan poderoso como su padre, el rey Sargón II. “Él heredó de su padre un vasto imperio con abundantes oportunidades para la expansión. No obstante, no había heredado el arrojo y audacia de su progenitor, ni sus recursos. Más bien se concentró exclusivamente en conservar lo que había recibido. Es muy poco probable que haya dejado el imperio tan fuerte como le fue entregado” (The New Unger’s Bible Dictionary [Nuevo Diccionario Bíblico de Unger], 1988, página 1156).

Senaquerib no fue un guerrero tan hábil como su padre, pero sí heredó la arrogancia y la crueldad de los anteriores reyes asirios. Con esa actitud asoló el territorio de Judá, conquistó a Laquis, el último protectorado de Jerusalén que se interponía en el camino hacia Egipto, y se aproximó a la ciudad de Jerusalén para destruirla. El relato de Isaías nos muestra no sólo el excepcional diálogo que se presentó en ese momento tan crítico, sino también la actitud de confianza y valiente que el profeta tuvo hacia Dios.

En los capítulos 36 y 37 de Isaías se describe el sitio de Jerusalén (que también se registra en 2ª Reyes 18 y 19, y 2ª Crónicas 32). A pesar de que Ezequías fue uno de los grandes reyes de Judá, no hay duda de que Dios se valió de Isaías para ayudarlo a él y a Judá. Este gran profeta de Dios es un ejemplo claro de los que significa mostrar la fe por las obras (Santiago 2.18).

Jerusalén al borde del precipicio

En el año 701 a.C. Senaquerib ordenó sitiar a Jerusalén, para lo que envió un gran ejército. Una vez establecido el sitio, el comandante exigió la rendición de la ciudad: “… díganle a Ezequías que así dice el gran rey, el rey de Asiria: ¿En qué se basa tu confianza? Tú dices que tienes estrategia y fuerza militar, pero éstas no son más que palabras sin fundamento. ¿En quién confías, que te rebelas contra mí? Mira, tú confías en Egipto, ¡ese bastón de caña astillada, que traspasa la mano y hiere al que se apoya en él! Porque eso es el faraón, el rey de Egipto, para todos los que en él confían. Y si tú me dices: Nosotros confiamos en el Señor, nuestro Dios, ¿no se trata acaso, Ezequías, del Dios cuyos altares y santuarios paganos tú mismo quitaste, diciéndoles a Judá y a Jerusalén: Deben adorar solamente ante este altar? Ahora bien, Ezequías, has este trato con mi señor, el rey de Asiria: yo te doy dos mil caballos, si tú consigues otros tantos jinetes para montarlos. ¿Cómo podrás rechazar el ataque de uno solo de los funcionarios más insignificantes de mi señor, si confías en obtener de Egipto carros de combate y jinetes? ¿Acaso he venido a atacar y destruir esta tierra sin el apoyo del Señor? ¡Si fue él mismo quien me ordenó: marcha contra este país y destrúyelo!” (36.4-10, NVI).

Ezequías busca ayuda

Con sus insolentes palabras el general quería amedrentar a los habitantes de Jerusalén, pero ellos no cedieron. Confiarían en su rey, quien les había dado estrictas instrucciones de no responder a las amenazas de los asirios. Cuando los representantes de Ezequías oyeron las terribles advertencias, acudieron directamente a él. “Cuando el rey Ezequías escuchó esto, se rasgó las vestiduras, se vistió de luto y fue al templo del Señor. Además, envió a Eliaquim, administrador del palacio, al cronista Sebna y a los sacerdotes más ancianos, todos vestidos de luto, para hablar con el profeta Isaías hijo de Amoz. Y le dijeron así: Así dice Ezequías: Hoy es un día de angustia, castigo y deshonra, como cuando los hijos están a punto de nacer y no se tienen fuerzas para darlos a luz. Tal vez el Señor tu Dios oiga las palabras del comandante en jefe, a quien su señor, el rey de Asiria, envió para insultar al Dios viviente. ¡Qué el Señor tu Dios lo castigue por las palabras que ha oído! Eleva, pues, una oración por el remanente del pueblo que aún sobrevive” (37.1-4, NVI).

En loable actitud, el rey Ezequías se humilló inmediatamente y se volvió a Dios en busca de ayuda en este tiempo de prueba, lo que es un gran ejemplo para nosotros y para nuestros dirigentes nacionales. En seguida pidió la ayuda de Isaías. Cuando Isaías oyó el mensaje de Ezequías, su respuesta fue inmediata y segura: “… díganle a su señor que así dice el Señor: no temas por las blasfemias que has oído, y que han pronunciado contra mí los subalternos del rey de Asiria. ¡Mira! Voy a poner un espíritu en él, de manera que cuando oiga cierto rumor se regrese a su propio país. ¡Allí haré que lo maten a filo de espada!” (vs. 6-7, NVI). Aquí vemos la fe en acción: Isaías hizo esa audaz afirmación confiando plenamente en la respuesta que Dios le había dado.

Mientras tanto, el general asirio se enteró de que el rey Senaquerib, después de haber derrotado a Laquis, combatía contra Libna. Creyendo que el rey de Etiopía (quien, al parecer, era el faraón egipcio Tirhaca, nativo de Etiopía) avanzaba para hacerle la guerra, Senaquerib vio la necesidad de destruir inmediatamente a Jerusalén y a Ezequías antes de encarar a otro enemigo.

Senaquerib continuó con su descarada arrogancia, enviando mensajeros que le dijeran a Ezequías: “… Tú, Ezequías, rey de Judá: No dejes que tu Dios, en quien confías, te engañe cuando dice: No caerá Jerusalén en manos del rey de Asiria. Sin duda te habrás enterado de lo que han hecho los reyes de Asiria en todos los países, destruyéndolos por completo. ¿Y acaso vas tú a librarte? ¿Libraron sus dioses a las naciones que mis antepasados han destruido: Gozán, Jarán, Résef y la gente de Edén que vivía en Telasar? ¿Dónde están en rey de Jamat, el rey de Arfad, el rey de la ciudad de Sefarvayin, o de Hená o Ivá?” (37.10-13, NVI).

La lista de los reyes derrotados por los asirios era extensa e impresionante. Cuando Ezequías hubo leído la carta de Senaquerib, se dirigió al templo de Dios y extendió la arrogante misiva ante el Eterno y le oró con estas palabras: “Señor Todopoderoso, Dios de Israel, entronizado sobre los querubines: sólo tú eres el Dios de todos los reinos de la tierra. Tú has hecho los cielos y la tierra. Presta atención, Señor, y escucha; abre tus ojos, Señor, y mira; escucha todas las palabras que Senaquerib ha mandado a decir para insultar al Dios viviente. Es verdad, Señor, que los reyes asirios han asolado todas estas naciones y sus tierras. Han arrojado al fuego sus dioses, y los han destruido, porque no eran dioses sino sólo madera y piedra, obra de manos humanas. Ahora, pues, Señor y Dios nuestro, sálvanos de su mano, para que todos los reinos de la tierra sepan que sólo tú, Señor, eres Dios” (vs. 16-20, NVI).

Dios responde por medio de Isaías

Poco después, Isaías recibió la respuesta de Dios respecto a la terrible situación de Jerusalén y de Ezequías, y se la hizo llegar: “… Así dice el Señor, Dios de Israel: Por cuanto me has rogado respecto a Senaquerib, rey de Asiria, ésta es la palabra que yo, el Señor, he pronunciado contra él: La virginal hija de Sión te desprecia y se burla de ti. La hija de Jerusalén menea la cabeza al verte huir. ¿A quién has insultado? ¿Contra quién has blasfemado? ¿Contra quién has alzado la voz y levantado los ojos con orgullo? ¡Contra el Santo de Israel! Has enviado a tus siervos a insultar al Señor, diciendo: Con mis numerosos carros de combate escalé las cumbres de las montañas, ¡las laderas del Líbano! Talé sus cedros más altos, sus cipreses más selectos. Alcancé sus cumbres más lejanas, y sus bosques más frondosos. Cavé pozos en tierras extranjeras, y en esas aguas apagué mi sed. Con las plantas de mis pies sequé todos los ríos de Egipto. ¿No te has dado cuenta? ¡Hace mucho tiempo que lo he preparado! Desde tiempo atrás lo vengo planeando, y ahora lo he llevado a cabo; por eso tú has dejado en ruinas a las ciudades fortificadas. Sus habitantes, impotentes, están desalentados y avergonzados. Son como plantas en el campo, como tiernos pastos verdes, como hierba que brota sobre el techo y que se quema antes de crecer. Yo sé bien cuándo te sientas, cuándo sales, cuándo entras, y cuándo ruges contra mí. Porque has rugido contra mí y tu insolencia ha llegado a mis oídos, te pondré una argolla en la nariz y un freno en la boca, y por el mismo camino por donde viniste te haré regresar” (37.21-29, NVI).

Dios fue directo al grano. Ningún rey, no importa cuán poderoso, podría desafiar la supremacía absoluta de su Creador. Dios prosiguió con su decisión en contra del soberbio Senaquerib: “Yo, el Señor, declaro esto acerca del rey de Asiria: No entrará en esta ciudad, ni lanzará contra ella una sola flecha. No se enfrentará a ella con escudos, ni construirá contra ella una rampa de asalto. Volverá por el mismo camino que vino; ¡en esta ciudad no entrará! Yo, el Señor, lo afirmo. Por mi causa, y por consideración a David mi siervo, defenderé esta ciudad y la salvaré” (vs. 33-35, NVI).

La dramática intervención de Dios

Es muy difícil creer que alguien pudiera haber previsto lo que Dios iba a hacer a continuación. Esa noche envió un ángel para que matara a 185 mil soldados en el campamento asirio. Cuando los sobrevivientes despertaron en la mañana, se aterrorizaron al encontrar tantos de sus compañeros muertos. Senaquerib estaba tan atolondrado que dio órdenes de deshacer el campamento y enfilar hacia Asiria por el mismo camino que habían recorrido para ir a destruir Jerusalén. Así fue protegida la ciudad. El ejército asirio había sido aplastado sin que se disparara una sola flecha. Es cierto que Senaquerib tenía rodeado a Ezequías “como una pájaro enjaulado”, pero su desprecio por Dios y sus siervos fue un error fatal.

Los registros históricos muestran que Senaquerib gobernó Asiria durante 20 años más; no obstante, jamás regresó a Jerusalén. Finalmente, sus propios hijos lo asesinaron mientras estaba adorando en su templo pagano (vs. 37-38).

Dios será glorificado en Israel

La historia de Isaías abarca mucho más que su ejemplo personal en tiempos difíciles. Es también una historia del futuro, de la misericordia de Dios hacia Israel y Judá en un mundo transformado.

En los capítulos 2 al 4, Isaías nos permite vislumbrar esa era futura, en la que Dios juzgará a los malos. Vemos a un Isaías futurista, resueltamente optimista, pues su optimismo radica en la garantía divina de que la humanidad está destinada a disfrutar un futuro magnífico.

El capítulo 9 nos revela una sublime visión del nacimiento virginal del Rey de reyes que redimiría a la humanidad y salvaría a Israel. Irónicamente, Isaías dio esta profecía cuando la nación de Israel estaba siendo llevada en cautiverio por los asirios. “Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Se extenderán su soberanía y su paz, y no tendrán fin. Gobernará sobre el trono de David y sobre su reino, para establecerlo y sostenerlo con justicia y rectitud desde ahora y para siempre. Esto lo llevará a cabo el celo del Señor Todopoderoso” (9.6-7, NVI).

En este pasaje Isaías se concentra en el resultado final de la salvación de Dios, cuando el pueblo escogido será el vencedor. En el capítulo 32 Isaías habla del reinado del Rey venidero, y en el capítulo 35 describe un mundo transformado. La redención y la restauración de Sión son descritas alborozadamente en los capítulos 51 y 52.

La descripción que Isaías hace en el capítulo 53 del Siervo de Dios, un hombre lleno de aflicciones, es quizá uno de los capítulos más apreciados de la Biblia. Con vívidos detalles describe el sufrimiento que nuestro Salvador experimentó por nosotros; y por el lenguaje que usa, uno puede imaginarse a Isaías parado a los pies de Jesús mientras éste agonizaba. Isaías relata la muerte de Jesús como si ya hubiese sucedido, a pesar de que deberían pasar unos 7 siglos antes de que el Salvador muriese en el calvario.

El Isaías futurista concluye su libro mencionando la gloria de un nuevo cielo y una nueva tierra en los capítulos 65 y 66. Jesucristo, el Revelador del Apocalipsis, toca el mismo tema en Apocalipsis capítulos 21 y 22. El punto culminante de la Biblia es una visión impresionante de los nuevos cielos y la nueva tierra, lo cual es una ampliación de Isaías 66. Dios morará con los hombres (Apocalipsis 21.3).

Isaías fue un profeta de Dios lleno de lealtad, esperanza y amor. Gran parte de su mensaje es tan importante ahora como lo fue a finales del siglo VIII a.C.: Isaías sigue siendo un profeta para nuestros días.

Si prestamos atención a sus advertencias, nos arrepentimos de nuestros caminos impíos y nos volvemos a Dios, entonces las promesas que dejó registradas para el mundo entero en el futuro, pueden empezar a ser nuestras desde ahora.

JACOBO, medio hermano de Jesús

Aunque Jacobo y Jesús crecieron en la misma casa en Nazaret, durante los primeros años tenían una forma muy distinta de pensar. Jacobo, al igual que sus otros hermanos, no creía en Jesús ni siquiera cuando ya era adulto (Juan 7.5). Jesús y Jacobo eran hijos de la misma madre, pero Jesús no era hijo de José, como lo eran Jacobo y sus hermanos, sino que Dios era su padre. No fue hasta que Jesús resucitó y se les apareció a sus discípulos y a Jacobo mismo, que éste pudo llegar a comprender quién era en realidad su medio hermano.

En Hechos 1.14 leemos que, de acuerdo con las instrucciones dadas en el v. 4, María, la madre de Jesús, y sus hermanos, así como las mujeres que habían seguido a Jesús, estaban reunidos con los apóstoles. Todos perseveraban unánimes en la oración, esperando ser bautizados con el Espíritu Santo (vs. 4-5; 2.1) en el crucial momento que marcaría el comienzo de la iglesia que Jesús había prometido edificar (Mateo 16.18).

A partir de la resurrección de Jesús, Jacobo se entregó totalmente al servicio de Dios y pronto llegó a ser un personaje importante en la iglesia primitiva. Su labor era tan importante que cuando el apóstol Pedro fue liberado milagrosamente de la cárcel, de inmediato envió a algunos de los discípulos a darle la noticia a Jacobo y a los demás hermanos (Hechos 12.17). Al parecer, llegó a ser el pastor de la congregación en Jerusalén, pues en Hechos 15.13-21 leemos que fue él quien anunció la decisión final en lo que puede considerarse como el primer concilio de la iglesia.

Después de su conversión, el apóstol Pablo se reunió primero con Pedro y con Jacobo antes de hablar con los demás apóstoles (Gálatas 1.18-19). Y podemos ver que en otra ocasión Pablo cumplió con las sugerencias que le hizo Jacobo (Hechos 21.18-26).

La familia de Jesús

La familia de Jesús era numerosa. En Mateo 13.55-56 se mencionan cuatro medios hermanos (Jacobo, José, Simón y Judas) y “todas sus hermanas”, sin especificar cuántas eran. Debido a que los nombres fueron traducidos al griego, es fácil pasar por alto lo típicamente judía que era su familia. Jesús era judío (Hebreos 7.14), por lo tanto, María como José eran descendientes de la tribu de Judá (Mateo 1.1-16; Lucas 3.23-38). El nombre hebreo de Jesús, Yeshua (o Josué, igual que el del fiel dirigente israelita que conquistó Canaán) significa “Dios es salvación” (Mateo 1.21).

El nombre de la madre de Jesús, María (Miryam en hebreo), también era el nombre de la hermana de Moisés y Aarón. José (Yosef en hebreo), el padrastro de Jesús, fue nombrado así en memoria del patriarca José, uno de los 12 hijos de Jacob.

Por lo que toca a los nombres de los hermanos de Jesús, podemos decir lo siguiente: Jacobo es también llamado Santiago, nombre que “es una contracción de Santo y del hebreo Yacob” (Vila y Escuain, Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado, CLIE, 1985, página 1066). Corresponde al mismo nombre del patriarca Jacob, hijo de Isaac y nieto de Abraham. Simón, cuyo nombre en hebreo era Shimon, fue el nombre de otro de los hijos de Jacob y padre de una de las 12 tribus de Israel. El nombre hebreo de Judas era Yehuda, que fue el nombre de otro de los hijos de Jacob y del cual se originó la palabra judío. La popularidad de estos nombres es evidente, ya que varias otras personas en el Nuevo Testamento los tenían.

Jacobo empieza a ver claro

Ni Jacobo ni sus hermanos creyeron en Jesús durante su ministerio (Juan 7.5). Al parecer, pensaban que no estaba en sus cabales y quizá hasta le hubieran pedido que se fuera de la casa (Marcos 3.21, 31-35). Es obvio que a Jesús le afectaba esta incredulidad, y falta de consideración y respeto, pues en cierta ocasión llegó a decir: “En todas partes se honra a un profeta, menos en su tierra, entre sus familiares y en su propia casa” (Marcos 6.4, NVI).

Por su parte, Jesús, momentos antes de su muerte, no les encargó a sus hermanos el cuidado de María, su madre, sino a su amigo y discípulo Juan (Juan 19.26-27). Como se explica en The International Standard Bible Encyclopedia (Enciclopedia Internacional General de la Biblia): “María disfrutaba de una relación más íntima con Juan que con sus propios hijos, quienes hasta ese momento habían visto con desagrado el comportamiento de Jesús y no entendían su misión. En la casa de Juan ella encontraría consuelo para su dolor a medida que recordara la hermosa vida de su hijo…”.

Sin embargo, después de la resurrección de Jesús, tanto Jacobo como sus hermanos se unieron a los discípulos, convencidos ahora ciertamente de que Jesús era el Mesías prometido y el Hijo de Dios (Hechos 1.14). Lo que seguramente influyó mucho en la transformación de Jacobo fue el hecho de que Jesús se le apareció a él estando solo, según lo da a entender el apóstol Pablo en 1ª Corintios 15.7.

Treinta años después, cuando Jacobo escribió su epístola, era evidente su humildad, reflejada en su forma de presentarse: “Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo…” (Santiago 1.1). Jacobo se presentaba más bien como siervo de Jesús que como un familiar cercano; no se jactaba de ser medio hermano del Hijo de Dios. Seguramente también recordaba el desprecio con que lo había tratado anteriormente. Judas también se identificó así, presentándose además como el hermano de Jacobo (Judas 1).

La epístola de Santiago

Debido a que la epístola que escribió Jacobo está llena de palabras de aliento y consejos acerca de cómo desarrollar el carácter cristiano, tiene un gran parecido con las palabras de Jesús en lo que se conoce como el Sermón del Monte.

Egesipo, escritor e historiador del siglo II de nuestra era, se refirió a Jacobo, hermano de Jesús, como Jacobo el Justo y lo describió como alguien que guardaba celosamente la ley de Dios. Muchas de las cosas que escribió Jacobo en lo que se conoce como la Epístola del Apóstol Santiago demuestran que Egesipo estaba en lo correcto. De hecho, puede considerarse como un libro de proverbios cristianos que abarcan muchos aspectos de la vida de un seguidor de Cristo.

Este historiador escribió que las rodillas de Jacobo parecían rodillas de camello debido a la forma en que la piel se le había encallecido por las horas que pasaba orando de rodillas diariamente. Desde luego, no podemos estar seguros de que esto fuera así, pero lo que sí podemos ver es que Jacobo exhortaba a los santos a que oraran fervientemente. Él mencionó el ejemplo del profeta Elías: “Elías era un hombre con debilidades como las nuestras. Con fervor oró que no lloviera, y no llovió sobre la tierra durante tres años y medio. Volvió a orar, y el cielo dio su lluvia y la tierra produjo sus frutos” (Santiago 5.17-18, NVI). Jacobo predicaba lo que practicaba y practicaba lo que predicaba.

Otro aspecto esencial de la vida de un verdadero cristiano que Jacobo también tenía muy claro, era el de que la persona tiene que demostrar su fe con hechos (“obras”) y, como él mismo escribió, “… a una persona se le declara justa por las obras, y no sólo por la fe” (2.24, NVI).

Hoy en día podríamos decir: “Los hechos dicen más que las palabras”, u “Obras son amores, no buenas intenciones”. Jesús mismo dijo que sus discípulos serían identificados por el amor de Dios que se manifestara en ellos (Juan 13.35). De manera semejante, Jacobo dijo que los discípulos de Jesucristo demostrarían su fe por medio de sus obras (Santiago 2). Decir que se es cristiano es una cosa; obrar como tal es otra muy distinta. Jacobo vivió conforme a las enseñanzas de su hermano y les enseñó lo mismo a otros miembros de la iglesia.

Las exhortaciones de Jacobo

Jacobo les escribió a sus coterráneos, las 12 tribus esparcidas de Israel (1.1), impartiéndoles enseñanzas prácticas acerca de la vida cristiana. Les habló sobre la sabiduría y la importancia de dominar la lengua, y les recordó que la manera de servir verdaderamente consiste con demostrar el amor con hechos y en apartarse de la corrupción que hay en el mundo (v. 27).

Escribió considerablemente acerca de la paciencia: paciencia durante las pruebas (1.2-3), paciencia en las buenas obras (1.22-25), paciencia frente a los insultos 3.1-7), paciencia frente a la opresión (5.1-7), paciencia frente a la persecución (5.10). Enseño también a tener paciencia sabiendo que Jesucristo vendrá a poner fin a toda injusticia (5.8).

También enseñó acerca de la verdadera sabiduría: “Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie” (1.5, NVI). Cuando pidamos, debemos hacerlo sin dudar que Dios cumplirá lo que ha prometido. Él se complace en bendecir a quienquiera que realmente confíe en sus promesas: “Pero que pida con fe, sin dudar, porque quien duda es como las olas del mar, agitadas y llevadas de un lado a otro por el viento. Quien es así no piense que va a recibir cosa alguna del Señor; es indeciso e inconstante en todo los que hace” (1.6-8, NVI).

Este apóstol habló, además, de un tema muy crucial: el pecado. En el mundo actual la gente repudia a toda persona que habla del pecado, pero Dios repudia a cualquier persona que no esté en contra del pecado. Jacobo nos dice cómo se inicia el pecado y hacia dónde nos conduce. Empieza con la concupiscencia, el deseo de tener o hacer algo que no debemos tener o hacer (1.14). Si no controlamos nuestros pensamientos, estos deseos se convertirán en actos pecaminosos. Cuando tales deseos llegan al punto de dominarnos, en lugar de que nosotros los dominemos, entonces el pecado termina en el castigo final que es la muerte eterna (v. 15).

La verdadera religión

Los escritos de Jacobo plantean muchas dificultades a quienes creen que Jesús enseñó que ya no era necesario guardar las leyes de Dios, o que éstas de alguna manera habían sido abolidas después de su muerte y resurrección. Pero si alguien sabía cómo vivió Jesús y qué fue lo que enseñó y creyó, ese era su medio hermano Jacobo.

Jacobo repite constantemente la necesidad de guardar las leyes de Dios, haciendo hincapié en lo que conocemos como los Diez Mandamientos. No habla de la ley como algo innecesario u optativo, sino como “la ley suprema” (2.8, NVI). De hecho, en los vs. 11 y 12 claramente menciona varios de los diez mandamientos, y los llama “la ley que nos da libertad”.

¿Por qué la llamó así? Porque entendía que sólo obedeciendo las leyes de Dios podía el hombre ser verdaderamente libre: libre de los despreciables y dolorosos resultados del pecado. Nos exhorta a que seamos hacedores de la ley (1.22; 4.11).

Con el propósito de hacernos ver la importancia de los mandamientos de Dios, Jacobo utilizó una analogía: “El que escucha la palabra pero no la pone en práctica es como el que se mira el rostro en un espejo y, después de mirarse, se va y se olvida en seguida de cómo es. Pero quien se fija atentamente en la ley perfecta que da libertad, y persevera en ella, no olvidando lo que ha oído sino haciéndolo, recibirá bendición al practicarla” (1.23-25, NVI).

En otras palabras, lo que Jacobo dice es que debemos mirar en la perfecta ley de la libertad y evaluar cómo nos encontramos nosotros en comparación con las santas leyes espirituales de Dios, las cuales no permiten entender lo que es el pecado (Romanos 7.7, 12). Cuando nos miramos en el espejo y analizamos nuestra apariencia física, es probable que notemos alguna mancha en la cara o que no estamos muy bien peinados. Pero después de que nos retiramos tendemos a olvidar nuestras imperfecciones porque ya no las vemos. Jacobo nos muestra cómo esta analogía física refleja un cristianismo vacío que no requiere más que simplemente “creer” (1.26-27).

El apóstol nos dice que la ley de Dios nos revela nuestras imperfecciones internas, las del corazón y la mente. La perfecta ley de la libertad de Dios, que incluye los diez mandamientos, es como un espejo espiritual en el cual podemos mirarnos tal cual somos. Nunca debemos apartarnos de este espejo; debemos mantenernos enfrente de él para que nos ayude a corregir nuestras imperfecciones. En efecto, Jacobo nos dice que no podemos sencillamente decir que somos cristianos, sino que debemos vivir como tales. Con sólo hablar no se logra nada.

La fe viva de Santiago

En el año 62 de nuestra era, poco tiempo después de haber escrito se epístola, Jacobo fue martirizado en Jerusalén. Según Josefo, historiador judío del siglo I, Jacobo fue acusado por el Sumo Sacerdote y condenado a morir apedreado (Antigüedades de los judíos, 20:9:1). Eusebio, historiador eclesiástico del siglo IV, nos proporciona algunos datos más acerca de la muerte de Jacobo. Dice que los escribas y fariseos llevaron a Jacobo a un lugar público, una parte alta del templo, y “le exigieron que renunciara a la fe de Cristo delante de todo el pueblo…”. Pero en lugar de negar a Jesús, Jacobo “… confesó ante toda la multitud que Jesucristo era el Hijo de Dios, nuestro Salvador y Señor” (Historia Eclesiástica, 1995, páginas 75-76).

El historiador Egesipo nos dice que en ese momento “… ellos [los escribas y fariseos] subieron y arrojaron al justo hombre [desde el templo], y se dijeron unos a otros: Apedreemos a Jacobo el Justo. Y empezaron a apedrearlo, porque no había muerto en la caída, sino que se había arrodillado y dicho: Te ruego, Señor Dios nuestro Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen [siguiendo así hasta el final el ejemplo de su hermano]. Uno de ellos, que era batanero, tomó el garrote con el que abatanaba las telas y golpeó al justo hombre en la cabeza. Y así sufrió el martirio” (citado en Biblical Archeology Review [Revista de Arqueología Bíblica], noviembre-diciembre 2002, página 32). Tal vez parezca increíble, pero fue descubierta una caja de piedra caliza que podría ser la urna en la cual fueron depositados los huesos de Jacobo después de su muerte.

Por años, Jacobo no pudo creer o reconocer que Jesús era el Hijo de Dios. Pero el hecho de ver a su medio hermano crucificado y luego resucitado, lo transformó definitivamente. Jacobo ya no dudaba de Jesús ni lo rechazaba; ahora se veía a sí mismo como un verdadero hermano espiritual de Jesús, ligado a él por medio de la fe y el Espíritu de Dios.

Finalmente, Jacobo llegó a entender que Jesús había dado su vida por él. Y cuando llegó el momento, Jacobo, confiada y concientemente, dio su vida por el hermano que antes había rechazado.

Jacobo nos enseñó que la fe verdadera se demuestra por lo que somos, cómo vivimos y lo que hacemos. Dijo que: “… lo mismo que un cuerpo que no respira es un cadáver; también la fe sin obras es un cadáver” (2.26, Nueva Biblia Española).

Su vida y su muerte han sido un ejemplo de lo que significa vivir (y morir) por la fe verdadera. Desde luego, ese no es el final, pues Jacobo el Justo será resucitado junto con todos los justos al retorno de Jesucristo, y entonces continuará imitando el perfecto ejemplo de su hermano por la eternidad. ¡Ojala que todos podamos hacer lo mismo!

domingo, 3 de mayo de 2009

UN LLAMADO A LA ALERTA...

¿Qué diría Ud. si un homosexual entregara a su hijo de 8 años un “manual” para convencerlo de que sus conductas son enteramente normales?

¿Qué diría Ud. si el “manual” le inculcara que las conductas homosexuales no son aceptadas por culpa de la Iglesia Católica y la moral católica que Ud. le ha enseñado?

¿Qué diría Ud. si supiera que ese “manual” va acompañado de un curso, que incluye algunas “tareas” como invitar a la sala a un homosexual para que explique sus propias experiencias, o peor aún, “efectuar visitas” a organizaciones de homosexuales, donde se le explicará con todo tipo de detalles como se debe “asumir” la homosexualidad?

¿Y qué diría Ud. si el Ministerio de Educación le otorga un respaldo oficial a este “manual” dándole la bienvenida, como acaba de hacerlo la jefa del Departamento de Educación Extraescolar del Ministerio de Educación, Magdalena Garretón: “son muy bienvenidos los materiales para enseñar en este tema”? (Cf. “El Mercurio”, 28 de abril, 2009) aunque formalmente el MINEDUC no lo respalda?.

Tal situación no es una mera posibilidad. Al contrario, es muy probable que su hijo deba estudiar el manual “Educando en la Diversidad, orientación sexual e identidad de género”, editado por el Movimiento de liberación homosexual y financiado por el Gobierno socialista de Extremadura y por el movimiento homosexual “Triángulo”, del mismo país.

El “manual” se destina, en una primera edición, a 250 colegios de la Región Metropolitana, para niños desde 7° Básico a 4to. Medio, y se ofrece gratuitamente en la página web de los editores.

Su objetivo es acostumbrar a los niños –entre ellos a su hijo- con las conductas homosexuales, acabar con cualquier objeción de conciencia a esas conductas y, por último, a quienes hayan sido pervertidos por sus directrices, a “salir del armario” públicamente.

¡O sea una apología de la homosexualidad!

Pero el “manual” no se queda en la teoría. Les explica también a niños y niñas, que en su “proceso de auto-conocimiento”, se debe destruir la “homo/transfobia interiorizada”, “es decir, (acabar) con el rechazo y vergüenza sobre su orientación sexual o identidad de género”

En pocas palabras, esto significa que los activistas homosexuales tratarán de convencer a muchos niños, que se encuentran en una etapa de maduración incipiente, de que son homosexuales sin saberlo y que, en adelante, se deben comportar como tales.

Posteriormente se les muestra, en este proceso de “autoconocimiento”, que podrán tener experiencias “de intimidad con pares homosexuales o transexuales” y finalmente se les recomienda, la “salida del armario”, o sea que proclamen sin vergüenza su condición homosexual.

Según el “manual” la principal culpable de la discriminación a los homosexuales es “la influencia del cristianismo”. “(Las) religiones que consideran a la homosexualidad como un pecado que atenta contra la moral y las buenas costumbres”.

El “manual” explica a los niños que: “el pecado es un concepto religioso que suele basarse en la Biblia, texto que no concluye nada al respecto”.

La consecuencia es que su hijo, en la medida que se deje inducir por los activistas homosexuales, se convencerá de la normalidad de tales conductas, y terminará inevitablemente rechazando cualquier influencia moral de la religión, por creer que ésta es la causante de todas las discriminaciones.

Toda esta incitación a la inmoralidad e instigación a la apostasía de la moral cristiana está siendo financiada por la Junta de Extremadura del PSOE (España) y la fundación española “Triángulo”, de homosexuales y lesbianas del mismo país, para imponer en Chile lo que hoy ya es ley en esa nación: las uniones civiles homosexuales y la adopción de niños por parte de esas “parejas”.

Pero el objetivo del Movimiento de homosexuales (Movilh) es que el Ministerio de Educación incorpore el manual para darle una difusión nacional. Según ellos “(el Movilh con esta publicación) está haciendo la pega que debería hacerla el Mineduc”.

Afirma el Movilh que hay jóvenes que están solicitando su publicación “de Arica a Punta Arenas” y que sin embargo, “Desde el Estado chileno, particularmente del Ministerio de Educación, (no se asume) una política de educación sexual para nuestros alumnos”. (CNN Chile, 18 de abril, 2009).

Esta es una clara presión para que el Gobierno de Chile tome este manual como texto educativo para todo el País. Tal eventualidad es más que probable, una vez que el gran financista de las actividades del Movilh, es precisamente el Gobierno de Chile.

Por lo demás, el propio Ministerio de Educación ya dio la “bienvenida” a este pésimo manual y en el pasado recomendó un libro con contenidos muy similares, que aconseja a los niños: “Conéctate con alguna persona homosexual que tú u otra persona conozcan. Si puedes invítalo a conversar con el curso en el colegio” (“Cambiando de Piel”, edición “La Morada”, julio de 1997).

Piense un poco en su hijo o en su pequeña nieta. Piense en la presión del ambiente del curso; en las burlas y en las sanciones, si se obstina en considerar que las conductas homosexuales son “intrínsecamente desordenadas”, o más simplemente, un pecado, como siempre lo ha enseñado la Iglesia.

¿Resistirá?

Este “manual” es una clara incitación a la apostasía de la moral cristiana y de la Fe y un curso de perversión sexual para los niños; para su hijo o para su hija y forma parte de una campaña para descristianizar a Chile desde sus propias raíces.

Y no piense que si Ud. los manda a un colegio cristiano estará a salvo de esta influencia.

El “manual” fue redactado gracias a una “experiencia piloto” realizada en varios colegios, entre los cuales, “Alma Mater” y “Monseñor Enrique Alvear”, que dicen impartir una formación católica.

Es necesario y urgente ejercer una presión sobre el Ministerio de Educación para impedir que aquellos que pretenden dar un respaldo oficial a este “manual” lo consigan.

Si la Ministra de Educación no ve de parte de los padres de familia una fuerte reacción contra esta campaña para pervertir a nuestros hijos, podrá terminar cediendo delante de las presiones del Movilh.

Las declaraciones de la jefa del Departamento de Educación Extraescolar del Ministerio de Educación, Magdalena Garretón, afirmando al respecto del “manual”: “son muy bienvenidos los materiales para enseñar en este tema (sexualidad)”, son un claro indicio de que se pretende terminar aprobando oficialmente esta publicación.

Por esta razón es urgente que Ud. haga llegar ahora mismo su protesta a la Ministra y reenvíe este mail a todos sus conocidos.

Envíe ahora mismo su protesta