miércoles, 24 de junio de 2009

LA IMPOSICIÓN DE MANOS

¿Por qué una persona discutidora puede convertir una reunión tranquila en un pandemónium? ¿Por qué jóvenes rebeldes afectan en forma tan negativa a los que son tranquilos y obedientes? Y, al contrario, ¿por qué los malvados se someten y se vuelven justos al responder a los que siguen a Dios? ¿Por qué un ministro puede lograr una completa armonía y unidad en su grupo de colaboradores mientras otros fallan?

Pocas personas comprenden los peligros que implica la imposición de manos. Esta práctica siempre ha sido considerada una forma de impartir bendición. ¿No es razonable suponer que si se pueden impartir bendiciones, también puede suceder lo contrario? Piense en los siguientes ejemplos:

• El líder de un grupo de oración que tenía un espíritu muy crítico ministraba a este grupo, que se volvió tan crítico como él y desarrolló una fidelidad a este líder por sobre Dios mismo.

• Un predicador que se había apartado de la doctrina imponía las manos a sus seguidores y les ministraba. Pronto ellos caían en sus engaños y aceptaban sus falsas doctrinas de principio a fin.

• Una mujer muy atada y desequilibrada emocionalmente ministraba a otras mujeres y les impartía su espíritu.

Por supuesto, hay un ministerio bíblico de imposición de manos ordenado por Dios y que imparte bendición. De la misma forma, existe lo contrario según quien sea el que ministre. Existe, por tanto, un gran peligro en dejar que cualquiera imponga las manos.

Pablo, cuando le escribe a Timoteo, le advierte de este peligro: “No te apresures a imponerle las manos a nadie, no sea que te hagas cómplice de pecados ajenos. Consérvate puro” (1ª Timoteo 5.22, NVI).

Así como Dios pudo tomar del espíritu que estaba en Moisés y ponerlo sobre los setenta ancianos (Números 11.17), el enemigo puede tomar del espíritu de a quien se le está imponiendo las manos y ponerlo sobre usted. Aquí podría decir que es peligroso que personas que están poseídas por un espíritu equivocado impongan las manos, pero también se podría mencionar brevemente el peligro de imponer las manos sobre personas poseídas por espíritus malignos y equivocados, si quien lo hace no está debidamente cubierto por la sangre de Cristo, funcionando dentro de la estructura de una iglesia y calificado para ese ministerio.

En su libro Laying of Hands (traducido como “La imposición de manos”), Derek Prince nos ofrece estas advertencias:

1. Este ministerio jamás debería ser ejercido liviana y descuidadamente, sino siempre en un espíritu de oración y ayuno;

2. Debe buscarse la guía y la dirección del Espíritu Santo en cada paso: ¿Con quién orar? ¿Cuándo orar? ¿Cómo orar?

3. El creyente que impone las manos debe saber cómo reclamar para sí el continuo poder purificador y protector de la sangre de Cristo;

4. El creyente que impone las manos debe tener tal medida del poder de Dios que pueda vencer cualquier tipo de influencia maligna que quiera obrar en o a través de la persona a la que se le imponen las manos.

Cuando estos cuatro requisitos de seguridad no se cumplen cuidadosamente, existe un verdadero peligro de que pueda haber resultados espirituales dañinos tanto para quien impone las manos, como para quien recibe la imposición o para ambos.

Veamos un poco más de cerca la enseñanza bíblica sobre este tema de la imposición de manos, partiendo de la base que ésta es una doctrina cristiana llamada “enseñanza elemental” o “fundamento” por los escritores del siglo I (Hebreos 6).

Identificación

“Cuando la asamblea se dé cuenta del pecado que ha cometido, deberá ofrecer un novillo como sacrificio expiatorio… y allí, en presencia del señor, los ancianos de la comunidad impondrán las manos sobre la cabeza del novillo y lo degollarán” (Números 4.14-15, NVI).

Los ancianos, en nombre de la asamblea, identificaban el pecado de la congregación con el animal que sería sacrificado. Era un acto de transmitir culpa del culpable al inocente cuando se derramaba la sangre del animal. Sus pecados eran cubiertos. Era identificar, quitar y colocar sobre otro. Cuando Jesús fue entregado, fue entregado por manos de hombres (Mateo 26.23). Cuando Pilato entregó a Jesús para que fuera crucificado, trató de quitar su culpa al lavarse las manos (Mateo 27.24).

La práctica en el Antiguo Testamento

En Génesis 27 tenemos el relato de cuando Isaac bendice a Jacob y Esaú. Aún sin saber que estaba siendo engañado, Isaac impartía una bendición especial sobre el primogénito que no podía quitar. Jacob, como receptor de esa bendición”usurpada”, conocía el poder y la autoridad de que había sido investido bajo la permisividad de Dios, por lo que, a pedido de José, impuso las manos a Efraín y Manasés (Génesis 48). José pensó que su padre cometía un error cuando cruzó sus manos y el hijo menor recibió la bendición de la mano derecha, y trató de corregir la situación. Con esto vemos que había un énfasis especial, bendiciones especiales y una virtud especial, incluso en el hecho de qué mano se imponía a cada hijo.

La imposición de manos era utilizada como manera de impartir honor y sabiduría. En presencia de la multitud de personas, Moisés tomó a Josué (Números 27.18-20), por orden de Dios, e impuso sus manos sobre él. ¿Funcionó? ¿Sucedió algo? ¿Tuvo resultado el rito? Deuteronomio 34.9 nos da la respuesta: “Entonces Josué hijo de Nun fue lleno de espíritu de sabiduría, porque Moisés puso sus manos sobre él. Los israelitas, por su parte, obedecieron a Josué e hicieron lo que el Señor le había ordenado a Moisés” (NVI).

Para recibir el Espíritu Santo

Felipe participaba de un gran mover de Dios en Samaria. Sucedían milagros; los espíritus inmundos salían de las personas, los cojos y los paralíticos eran sanados. Muchas personas llegaban a ser salvas y se había llevado a cabo un enorme culto de bautismos. Entonces Pedro y Juan vinieron a ministrarles el Espíritu Santo. Para ello, imponían sus manos y recibían el don de Dios (Hechos 8.17).

En Hechos 9.17 encontramos el relato de Ananías que ministró a Pablo y le impuso las manos para que fuera sanado y recibiese el Espíritu Santo.

Por último, aunque hay muchos casos más y sólo por espacio se mencionan éstos, en Hechos 19.1-6 tenemos otro relato en el que Pablo impone las manos a los creyentes de Éfeso para que reciban el Espíritu Santo.

Para sanidad

Quizá la más conocida y aceptada de las variantes de la imposición de manos sea la que se refiere a la sanidad u operación de milagros relacionados con la restauración física de las personas. La llamada Gran Comisión incluye esta práctica como forma de manifestación de las “señales que acompañarán a los que creen” (Marcos 16.18). Además de esta cita, en el Nuevo Testamento encontramos una serie de ocasiones en que esto se demuestra, pero por espacio sólo mencionaré algunas:

a) Mateo 8.3, Jesús extendiendo su mano y sanando al leproso
b) Mateo 8.15, Jesús sanando a la suegra de Pedro
c) Mateo 9.18, la hija de Jairo es sanada por la imposición de las manos de Jesús
d) Hechos 14.3, Pablo y Bernabé en la ciudad de Iconio
e) Hechos 19.11, Pablo en Éfeso

Dones espirituales

Un caso muy particular, y para nada único dentro de todas las Escrituras, es el de la impartición de dones por medio de la imposición de manos. Pablo le escribe a Timoteo diciéndole: “… te recomiendo que avives la llama del don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos” (2ª Timoteo 1.6, NVI).

Comisionar y enviar

Para concluir, y sin que esta lista sea exhaustiva, hay dos unciones impartidas por la imposición de manos: comisionar y enviar obreros.

En la comisión de funciones, vemos claramente la designación de los diáconos para ministrar a las viudas en el servicio de las mesas. Hechos 6.1-6 nos cuenta que se seleccionaron de entre la congregación a siete hombres de ciertas características, los apóstoles oraron por ellos “… y les impusieron las manos” (NVI), apartándolos para este ministerio.

Hechos 13.1-3 señala un hermoso principio de la iglesia primitiva: el de enviar apóstoles a la evangelización, cumpliendo de esta manera la tarea a la que el Señor los había llamado originalmente. Algunos maestros y profetas estaban reunidos, orando y ayunando, ministrando al Señor. La palabra que se traduce como ministrando en griego es “leitourgeo”, de donde deriva liturgia. Se utiliza en esta cita y en Romanos 15.27 para lo relativo a la adoración cristiana. En otros casos, la Septuaginta (la traducción al griego de las Escrituras) la emplea para referirse al servicio que prestaban los sacerdotes y levitas en el tabernáculo. Phillips la traduce como “adorando”, por lo que parece que los líderes de la iglesia estaban en adoración, oración y una búsqueda sincera de Dios, pues ayunaron.

En esta atmósfera, el Espíritu Santo llamó a los mejores (no se nos dice si fue a través de una profunda impresión en ellos, juntos o por separado, o de una voz audible), los más productivos del grupo, para ir al campo misionero. En la actualidad, la mayoría de las veces los hombres de ministerios más poderosos y productivos se quedan en las iglesias en vez de salir como misioneros, saltándose por completo el significado literal de la palabra “apóstol”: enviado.

El ayuno, la oración, la imposición de manos y el hecho de enviarlos a cumplir su tarea eran todas partes integrantes de esta comisión que tuvo como resultado una puerta abierta a los gentiles, que todos cumplieran su tarea y que volvieran a informar a la iglesia local de sus resultados. Dios honró estos pasos. La identificación a través de la imposición de manos fue honrada por Dios: la misión tuvo éxito.

Esta podría ser la razón por la que algunas misiones no tienen resultados en la actualidad. ¿Podrá ser porque algunos misioneros (¿“apóstoles”?) no están dentro de las estructuras marcadas por la Biblia? ¿O porque no son enviados y bendecidos por líderes reconocidos? ¿O porque es un esfuerzo de hombres en vez de ser nacido del Espíritu Santo y ejecutado por una congregación madura?

La imposición de manos, la oración y el ayuno, saber lo que el Espíritu Santo quiere, poner el plan de Dios por obra a través de la organización de la iglesia: estos son procedimientos ordenados por Dios. El hecho de que alguien que no está en una iglesia establecida le imponga las manos, o el lanzamiento de un ministerio que no está dentro de las estructuras reconocidas, o someterse a líderes autonombrados, fuera de las estructuras establecidas, puede causar daños irreparables y dar resultados que no podrán ser modificados.