viernes, 25 de septiembre de 2009

LA IMAGEN DE DIOS EN EL HOMBRE

Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 5.1; 9.6; Eclesiastés 7.29; Hechos 17.26, 28, 29; 1ª Corintios 11.7; 2ª Corintios 3.18; 4.4; Efesios 4.24; Colosenses 1.15; 3.10; Santiago 3.9; Isaías 43.7; Efesios 2.10). El hombre fue creado a la imagen de Dios; se lo hizo a semejanza de Dios en carácter y personalidad. Y a través de las Sagradas Escrituras el nivel y objetivo sentado ante el hombre es el de ser como Dios (Levítico 19.2; Mateo 5.45, 48; Efesios 5.1). Y ser semejante a Dios significa se semejante a Cristo, que es la imagen del Dios invisible.

Consideremos algunos de los elementos que constituyen la imagen divina en el hombre:

  1. Parentesco con Dios

La relación de las criaturas vivas con Dios consistió en la obediencia ciega a los instintos implantados en ellas por el Creador; pero la vida que inspiraba al hombre era un resultado verdadero de la personalidad de Dios. El hombre realmente tiene un cuerpo que fue hecho del polvo de la tierra; pero Dios sopló en él el hálito de vida (Génesis 2.7), dotándole de esa manera con una naturaleza capaz de conocer, de amar y de servir a Dios. Por su imagen divina todos los hombres son, por la creación, hijos de Dios; pero puesto que la imagen ha sido empañada por el pecado, el hombre debe ser “recreado” o nacer de nuevo (Efesios 4.24) para ser en realidad hijo de Dios.

Un estudioso del idioma griego ha señalado el hecho de que uno de los vocablos griegos para describir al hombre (antrophos) es una combinación de palabras que significan literalmente “el que mira hacia arriba”. El hombre es un ser que ora, y hay momentos en la vida del hombre más feroz cuando clama a algún poder superior solicitando ayuda. El hombre quizá no entienda la grandeza de su posición, y de ahí que quizá se convierta en algo como una bestia que perece (Salmos 49.20), pero no es una bestia. Aún en su estado de degeneración es testigo de su noble origen, puesto que una bestia no puede degenerarse. Por ejemplo, sería absurdo pensar de una persona que le rogara a un tigre diciendo: “¡Ahora, compórtate como un tigre!”. Siempre fue y siempre será un tigre. Pero el llamado de “¡compórtate como un hombre!” lleva en sí, implícito, un verdadero significado para aquel que ha caído de su sitial. No importa cuán bajo haya caído, sabe qué conducta debiera haber seguido.

  1. Carácter moral

El reconocimiento del bien y del mal pertenece sólo al hombre. Se le puede enseñar a un animal a que no haga ciertas cosas, pero no las hará porque sepa distinguir entre lo bueno y lo malo, sino simplemente porque sabe que tal cosa no agrada a su amo. En otras palabras, los animales no poseen naturaleza religiosa o moral; no son capaces de absorber verdades relativas a Dios y la moral.

  1. Razón

El animal es una simple criatura de la naturaleza; el hombre está por encima de la naturaleza, es superior a ella. El hombre es capaz de reflexionar y razonar con respecto a las causas de las cosas. Pensemos en los inventos maravillosos que han sido ideados por el hombre: el reloj, el microscopio, los buques a vapor, el telégrafo, la radio, la máquina de sumar y muchos otros. Miremos a la estructura toda de la civilización levantada por las diversas artes. Consideremos los libros que se han escrito, la poesía y la música que se han compuesto. Y luego adoremos al Creador por el don maravilloso de la razón. La tragedia de la historia reside en el hecho de que el hombre ha empleado sus dotes divinos para fines destructores, hasta para negar al Creador que lo hizo una criatura pensante.

  1. Capacidad para ser inmortal

El árbol de la vida plantado en el huerto del Edén, indica que el hombre nunca hubiera muerto si no hubiera desobedecido a Dios. Cristo vino al mundo para traer alimento de vida y ponerlo a nuestro alcance, de manera que no tenemos que perecer, sino vivir para siempre.

  1. Dominio sobre la tierra

El hombre estaba destinado a ser la imagen de Dios en lo que respecta señorío; y puesto que nadie puede ejercer soberanía sin súbditos ni reino, Dios le dio gente tanto como imperio: “Y los bendijo Dios; y les dijo: Fructificad y multiplicaos, llenad la tierra y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (cf. Salmos 8.5-8). En virtud de los poderes que se derivan a raíz del hecho de haber sido formado a la imagen de Dios, todos los seres vivientes sobre la tierra fueron entregados al hombre. Iba a ser el representante visible de Dios con relación a las criaturas que le rodeaban.

El hombre ha colmado la tierra con sus producciones. Tiene el privilegio especial de sojuzgar los poderes de la naturaleza. Ha hecho que el relámpago sea su mensajero, ha rodeado el globo terráqueo, se ha elevado hasta las nubes y explorado las profundidades oceánicas. Ha hecho que la naturaleza se vuelva contra sí misma; ha ordenado que el viento le ayude al hacer frente a los peligros de mar. Y aunque es maravilloso el dominio de hombre sobre lo externo, la naturaleza muerta, más maravilloso aún es su dominio sobre la naturaleza animada. Ver al halcón, en la caza deportiva, retornar al halconero y depositar a sus pies la presa, cuando tiene ante sus ojos la libertad de un cielo abierto; ver a los galgos que emplean su velocidad para cazar liebres y conejos que no son para ellos sino para sus dueños; ver al camello transportando al hombre a través del desierto, su habitación, todo ello demuestra la habilidad creadora del hombre, y su parecido con Dios el Creador.

La caída del hombre dio como resultado la pérdida o daño de la imagen divina. Ello no significa que los poderes mentales y físicos (del alma) del hombre se perdieran, sino que la inocencia original y la integridad moral en la cual fue creado fue perdida por su desobediencia. De ahí que el hombre sea completamente incapaz de salvarse a sí mismo y sin esperanzas fuera de un acto de gracia que le restaurará la imagen divina.

§§§§§§§§§§§§§§§§§Juan

“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1ª Corintios 2.14).

Natural aquí es la traducción de “psychikós”, y se refiere a quien está dominado por su psyche, o sea “alma” natural (el principio vital o de individualidad que el ser humano comparte con los animales, aunque su alma está imbuida de un orden de inteligencia superior). El psychikós es el ser humano nacido una sola vez, el hombre natural y caído, muerto en delitos y pecados, sin esperanza y sin Dios (Efesios 2.1, 12).

Ha de distinguirse claramente el hombre natural de aquél que la Biblia llama carnal. El hombre carnal (sarkikós) es un cristiano no sometido a Cristo plenamente, que vive principalmente dominado por su naturaleza carnal (véase por ejemplo, 1ª Corintios 3.3). En cambio, el hombre natural está sin discernimiento espiritual, porque lo ha cegado el príncipe de este mundo (Juan 12.40; 2ª Corintios 4.4; 1ª Juan 2.11).

“De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo… porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” (1ª Corintios 3.1, 3).

Las Escrituras diferencian entre dos maneras cristianas de andar. A una se le denomina carnal y a la otra espiritual. El creyente carnal es aquél convertido cuya vida es carnal, porque está bajo el dominio del sarx (sarx = carne), su naturaleza de autoconfianza y autocomplacencia. Por lo tanto, no anda en plena comunión con el Señor Jesús ni está enteramente sometido al Espíritu de Dios. No está lleno del Espíritu, aunque debiera estarlo (Efesios 5.18); su vida tampoco refleja el fruto del Espíritu (Gálatas 5.22-23).

El cristiano espiritual (pneumatikós ) es aquél cuya vida está rendida a Dios, a cuya voluntad está sujeta la propia. Está lleno de Espíritu y quienes lo rodean pueden ver las pruebas de su vitalidad espiritual, porque produce el fruto del Espíritu en su vida.

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